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22 mayo 2015

Mérito para la Sinfónica Nacional – La Nación-

Concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional. Director: Pedro Ignacio Calderón. Solistas: Susana Caligaris (soprano) y Eduardo Alfonso (piano). Programa: «Obertura para una ópera cómica», de José María Castro, Concierto N° 1, en Mi menor, para piano y orquesta, Op. 11, de Frederic Chopin, Cantata dramática N° 3, Op. 37, «Mílena», sobre textos de Franz Kafka, y Obertura «Iubilum» (Celebración sinfónica), Op. 51, de Alberto Ginastera. Auditorio de Belgrano. Nuestra opinión: muy bueno

Resultó atractivo el programa de la Orquesta Nacional, por la inclusión de dos obras poco difundidas de Alberto Ginastera y por poder apreciar las dotes del pianista Eduardo Alfonso, músico prestigioso de Uruguay, y de la soprano Susana Caligaris, que radicada en Santa Fe es integrante del Coro Polifónico Provincial, activa pedagoga y cantante que ya aquilata muy buena experiencia como solista en conciertos con orquestas o de cámara y en el terreno de la ópera.

En primer término se escuchó «Obertura para una ópera cómica», de José María Castro, composición amable, bien escrita, pero que resulta un breve y elemental divertimento orquestal de sencilla escritura rítmica, aunque no por eso deja de ser comprometida para todos los sectores de la orquesta que alternativamente van ocupando un rol preponderante en el desarrollo de la obra que con indudable profesionalismo plasmó el recordado músico argentino.

 

orquesta lanacion

El organismo, dirigido por Pedro Ignacio Calderón, rescató del olvido obras de Alberto Ginastera.Foto:Archivo

 

Pianista destacado

La segunda composición fue el Concierto N° 1, Op. 11, para piano y orquesta de Frederic Chopin, que no por reiterado deja de provocar agrado, con mayor razón cuando el pianista exhibe, como en este caso Eduardo Alfonso, temperamento expresivo, refinada manera de encarar el fraseo melódico y aptitudes técnicas más que suficientes para resolver con limpieza los pasajes de mayor virtuosismo de ejecución. Figura prestigiosa del círculo musical de Montevideo, donde nació, el solista desarrolla una intensa actividad desde la docencia hasta la dirección coral, pasando por la preparación de espectáculos líricos, música de cámara y como concertista.

La versión ofrecida por parte de Pedro Ignacio Calderón tuvo la virtud de exponer un sonido de mayor densidad que lo habitual por parte de la masa orquestal -algunas pequeñas fallas de emisión en sectores del conjunto no llegaron a desteñir el resultado- aplicando el sabio criterio de alejarse en todo lo posible del excesivo romanticismo almibarado que se escucha con tanta frecuencia.

Y en este sentido no perjudicó en absoluto a Eduardo Alfonso porque su toque brillante y su buen mecanismo tuvieron en la sonoridad general el soporte ideal para un mejor lucimiento, como fue testimoniado por el cálido aplauso del público.

 

Ginastera, Kafka y Jesenska

Dos obras significativas de la producción de Alberto Ginastera conformaron la segunda parte del programa. En primer término se escuchó una estupenda versión de la Cantata para soprano y orquesta, Op. 37, «Mílena», sobre textos de Franz Kafka, composición que inaugura un período del creador sustentado en parte en el uso de la fórmula aleatoria que otorga ciertas libertades al intérprete, pero que aquí no parecen ser importantes.

Se trata de una obra en la que se refleja el interés que tuvo Ginastera por la correspondencia que mantuvo Kafka con Mílena Jesenska, traductora al checo de las páginas que el escritor escribió en alemán y que a través de una intensa vinculación epistolar descubre una profunda historia de amor, que tuvo su fin en un campo de concentración cuando Mílena fue exterminada en la cámara de gas, desgarradora historia ocurrida veinte años después de la muerte de Kafka, que en estas cartas dejó un testimonio de su vida íntima.

La composición fue resultado de un encargo del Instituto de Educación Internacional de los Estados Unidos, en el cincuentenario de su fundación, y fue estrenada el 16 de abril de 1973 por la Orquesta Sinfónica de Denver, con la dirección de Brian Priestman y la soprano Phillis Curtin como solista.

Haber programado la cantata fue una excelente determinación de orden artístico por parte de Pedro Ignacio Calderón, ya que la única ejecución anterior se había llevado a cabo el 25 de junio de 1979, en el Teatro Colón, con su propia dirección y la solista Diana López Esponda.

La versión tuvo en la soprano Susana Caligaris a una brillante traductora del texto y a una sólida cantante para afrontar la declamación y el canto de un Ginastera. El compositor utiliza una impresionante gama de efectos sonoros, provocados por una orquestación que no duda en usar un conjunto grande y sumar un sector de percusión, enriquecido por instrumentos nada frecuentes.

A la prestancia de su voz, Caligaris sumó un decir expresivo, manteniendo su natural refinamiento producto de su sensibilidad, aun en los pasajes ríspidos y de impresionantes efectos de volumen sonoro, con una escritura en la parte vocal plagada de temerarios saltos tonales de muy difícil realización.

El público le ofreció un cálido y sostenido aplauso, lógicamente extensivo a Pedro Ignacio Calderón y a los profesores de la Nacional que dieron lo mejor de cada uno para ser fieles a la escritura del autor.

 

 

Infinita riqueza sonora

Como última obra del concierto se escuchó «Iubilum, celebración sinfónica», Op. 51, también de Ginastera, cuyo estreno se llevó a cabo en el Teatro Colón el 12 de abril de 1980, con la dirección de Bruno D´Astoli al frente de la Orquesta Estable, y que tuvo su gestación a partir de otro encargo con motivo de celebrarse el cuarto centenario de la fundación de Buenos Aires.

Del mismo modo que en la cantata «Mílena», en la obra de significación jubilosa aplica el compositor una orquestación de infinita riqueza de combinaciones sonoras, estructurada en tres partes: fanfarria, coral y final, que en su desarrollo y atmósfera refirma la inteligente capacidad del autor para otorgar a su música un contenido estético jerarquizado y donde no faltan pasajes inspirados dentro del discurso original y sugerente.

El público demostró sensibilidad y una respetuosa atención para comprender el lenguaje del compositor, y el aplauso prolongado y ruidoso fue una contundente realidad de que las obras del pasado siglo XX, cuando son de calidad y están bien servidas, también son exitosas.

 

Una lamentable omisión

Fue lamentable que no se haya dispuesto la grabación de este concierto como se hacía con regularidad. No se conocen los motivos por los cuales no se resguarda el patrimonio artístico e intelectual de la Nación para legarlo a las nuevas generaciones, tratándose, como en este caso, de tres creaciones de autores argentinos. ¿Cómo se puede materializar la música si no es con el registro sonoro?

 

Juan Carlos Montero

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